No pudimos despedirnos
Estábamos llegando a la casa de Anita, ya era muy tarde y le habían dicho al taxista que nos dejaran unos cuantos metros antes de llegar para que no oyeran el coche y Salva, mi hermano mayor, al ver la casa, sus ojos rojos de tanto llorar, se alegraron y corrió para llegar antes.
Uno de mis tíos salió detrás de él y lo cogió tapándole la boca, pero él ya había tocado la pared de la casa y vimos como se encendía la habitación donde siempre dormía ella.
En silencio andemos unos cuantos metros más para ir a casa de mi otro tío que vivía justo en frente de su casa y que quedaba separada por unos campos de naranjos y algunas hortalizas que siempre plantaban según el tiempo pero, seguramente que los naranjos estarían cargados de naranjas, era época de recogida.
Picaron en la casa de mi tío y tras unos segundos abrió la puerta y éste nos miró extrañado y se lo contaron.
Pasaron unos escasos minutos y en la puerta apareció Anita que se nos quedó mirando. Salva y yo fuimos corriendo a abrazarla y ella nos apretó entre sus faldas casi hasta hacernos daño y dijo: -. ¿dónde está mi Paco? Todos se mantuvieron en silencio, bajando la cabeza para evitar mirar a su madre, ella volvió a decir con lagrimas en los ojos -. ¿dónde está mi Paco?.
En ese momento apareció mi otro tío el que vivía con ella en el umbral de la puerta y nos miró asustado y temiendo lo peor se acercó a Anita que aún estaba gritando -. decidme ¿dónde está mi Paco? Y uno de ellos dijo -. ha muerto mamá. Ella se tambaleó y corrieron a cogerla porque a punto estuvo de caerse al suelo desmayada, la sentaron y nosotros nos fuimos con ella. Ella nos abrazaba llorando mientras decía: -. ¡mi Paco, mi hijo! mi Paco!!.
Anita nos despertó diciendo dulcemente -. venga que tenemos que irnos. Nosotros nos levantamos enseguida, ella tenía los ojos hinchados y muy rojos. Al verla así le dijimos: -. yaya, verás como es una mentira, él no se puede morir, ya lo verás. Rompió a llorar otra vez pero con toda entereza nos ayudó a vestirnos mientras, mi madre sólo sabía quejarse de que la había dejado con cuatro hijos pequeños.
Lleguemos a un edificio muy grande, mis tíos y mi madre hablaban con un hombre, Salva y yo nos quedemos al lado de nuestra yaya que nos mantenía agarrados a su lado y entonces vimos como a mi madre la acompañaron por un pasillo, y al poco rato la oímos gritar. Salva, salió corriendo y yo, detrás de él pero, mis tíos nos cogieron a tiempo; pataleamos y llorábamos diciéndoles -. Soltarnos que queremos ver a nuestro papá. Ellos no nos soltaron y según iban entrando uno detrás de otro, uno de ellos nos mantenía cogidos con fuerza.
Anita se levantó para salir por el pasillo y se pusieron sus hijos en la puerta negándole la entrada, ella les gritaba -. dejarme pasar que tengo que ver a mi hijo por última vez pero, sus hijos no lo consintieron poniéndose como muralla delante de la puerta, ella lloraba desconsoladamente y nosotros, llorábamos aún más al verla a ella.
Al día siguiente nos despertemos y sólo estaba Anita con nosotros y le preguntamos -. ¿dónde están, yaya? -. se han ido a enterrarlo y volvió de nuevo a llorar, nosotros no entendíamos porque no podíamos ir y se lo preguntemos y ella nos dijo con el rostro mojado en lagrimas y mirándonos fijamente a los ojos: -. Cuando penséis en vuestro padre; acordaros siempre pero, siempre, siempre de él con esa alegría que siempre veíais y lo muchísimo que os quería, eso, es lo único importante mientras, ella lloraba abrazándonos con fuerza.
A ella tampoco la dejaron ir a despedir por última vez a su hijo, mi padre.
2 comentarios
jazmin -
Encajarlas, siempre se hace, no hay más remedio.
Si esos momentos de felicidad fueran más que los de tristeza quizás, no sería tan difícil la vida.
Un abrazo inmenso también para tí.
Margot -
Si nos detenemos a pensar, la vida es pura basura, por no emplear otra palabra.., quitado de unos pocos instantes con los que se nos premia, momentos a los que nunca debemos renunciar, porque son justo los que nos llenan de motivos.
Un abrazo inmenso.